Una persona después de fallecer llega a un lugar paradisíaco…encuentra una vegetación exuberante, con una gran diversidad de flores y frutos, cuyas fragancias y colores trasmiten al espacio una sensación de exquisita abundancia. La persona se encuentra sorprendida por la belleza y armonía del entorno, que le produce tanto bienestar, que no puede evitar pensar: «esto tiene que ser el Cielo».
En este magnífico escenario se da cuenta de que hay una parcela libre de vegetación y le llega la imagen de una casa y de repente esa misma casa se materializa. Entra en la casa y se encuentra fascinada pues todo responde a sus gustos. Al llegar al salón ve un mullido sofá en el que se deja caer y descansar. Le viene a la mente su tema musical favorito e inmediatamente este comienza a sonar. Siente hambre, decide ir a la cocina, piensa en su plato preferido y este aparece exquisitamente cocinado. Siente frío y descubre una manta suave con la cual taparse a la vez que el fuego se enciende en la chimenea. Se siente sorprendida de que todo deseo sea súbitamente saciado, se acuerda cómo en su vida anterior sufría por no poder satisfacer tantos anhelos y siente la euforia del poder que le confiere la situación, en la que hasta el más mínimo capricho es colmado.
Está anocheciendo y le invade cierta sensación de soledad, siente el deseo de alguien que le acompañe, ipso facto suena el timbre, acude a abrir la puerta y se encuentra con una persona que le dice: «tengo ganas de conocerte». Le invita a pasar y en esos primeros compases del mutuo conocimiento se da cuenta, que su amor a primera vista es correspondido.
Los días transcurrían de manera apacible y placentera, pero poco a poco iban perdiendo su brillo inicial, la rutina se encargaba de menguar aquelle naciente dicha, además cada vez le resultaba más difícil encontrar nuevas experiencias que mantuvieran encendido su gozo. La insatisfacción empezaba a asomar en su nueva vida. No podía comprenderlo tenía acceso a todo lo que un ser humano podía aspirar y sin embargo no podía sostener su felicidad. Además de forma gradual, iba tomando conciencia de que su deseo se había intensificado y que de manera compulsiva se iva trasformando en un ansia insaciable.
Un día en una caminata, divisó en la lejanía lo que respondía a su idea de Dios. Se acercó y decidió hablarle. «Siento mucha gratitud por todo lo que estoy recibiendo, pero me encuentro tan contrariada, que me gustaría bajar al infierno una semana, para poder así valorar todo esto que dispongo con tanta abundancia.» Y Dios le contestó: «¿Y dónde crees que estás?
Extracto modificado del Libro Muerte. Contemplando la dimensión trascendente. Aitor Barrenetxea
En algunas escuelas Zen se habla del espíritu hambriento que vive en nuestro interior. Un ser insaciable que siempre necesita algo más para estar bien. No parece el más indicado para acercarnos a la felicidad. Pero además conviven en nosotr@s muchos otros seres, como el maestro interno, una parte de nosotr@s más elevada y completa. Todo depende de hacia cual pongamos nuestro foco, nuestra energía y cual alimentemos en nuestro día día.
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