Dedicar unos minutos a atender nuestra mente y nuestro cuerpo puede marcar una gran diferencia en nuestra vida. Un hábito de higiene mental, que como limpiarnos los dientes podemos incorporar de forma relajada y sencilla a nuestro día a día. Sin grandes complicaciones, ni grandes esfuerzos.
Demostrado ha quedado ya, que la meditación tiene grandes beneficios sobre nuestra mente, cuerpo y emociones. Meditar veinte minutos diarios como mínimo cambia la configuración de nuestro cerebro y la forma que tenemos de afrontar nuestra vida, pero ¿por qué muchas veces sabiéndolo y queriéndolo no se practica? Me he encontrado con muchas personas que comienzan dándolo todo, poniendo toda su fuerza de voluntad pero poco a poco se enfrían. La fuerza de voluntad es como un músculo, no lo aguanta todo, necesita entrenarse y descansar, no podemos dejarle toda la responsabilidad de nuestras acciones. A veces se nos puede hacer un mundo pensar en permanecer en quietud tanto tiempo y mantener la disciplina diaria. No es necesario elegir o todo o nada.
Incorporar la meditación, en su forma más sencilla puede ser el mejor camino para mejorar nuestra sensación de bienestar. Nuestro cerebro funciona a lo largo del día como si fuera un motor muy revolucionado. Esa marcha para según que actividad es necesaria, pero el problema llega cuando queremos bajar revoluciones y la inercia no nos lo permite, no conseguimos relajarnos, descansar, ni recargar pilas. Nuestro cerebro sobre estimulado necesita vaciarse para poder continuar con su actividad y no acumular cansancio y estrés. Pequeños descansos nos ayudarán a oxigenarnos, descansar la vista (que es de donde nos llegan casi todos los estímulos que atendemos sin cesar) y volver a conectarnos con nosotros mismos y con nuestro bienestar.
¿Cómo lo podemos hacer?
Para mí, la manera más sencilla siempre ha sido atender la respiración. Es un recurso increíble, tan sencillo que por eso mismo le solemos quitar valor. La respiración siempre está ahí, no necesitamos nada más, puede ser nuestro anclaje. Además la respiración es el puente entre nuestro mundo emocional y nuestra fisicalidad, no respiramos igual cuando estamos felices, enfadados, tenemos miedo o estamos relajados, cambian los patrones respiratorios.
Simplemente allí donde estés, cierra los ojos para interiorizarte y evitar más estímulos y observa como entra y sale el aire por tu nariz. Observa que sensaciones te produce, sólo estate presente. Hay personas que prefieren ir contando cada respiración y hacer por ejemplo 20 o 40 si te va bien adelante! Pero a veces esto nos lleva a intentar controlarla y perdernos en esa necesidad. También podemos simplemente ponernos una alarma y dedicar los minutos que decidamos (¡uno sólo ya sería útil!) a observar. Nos pueden pasar muuuuchas cosas, nos descubriremos intentando marcar un ritmo concreto, intentando que la respiración sea más amplia, volando con pensamientos que nos alejen de la sensación, dejándonos llevar por otros estímulos (sonoros, corporales…). ¡Eso es lo normal, es parte del pack de ser humano, enhorabuena: estás vivo! lo interesante es el momento en el que nos damos cuenta y sin prisa ni culpa volvemos posar nuestra atención en la respiración.
Antes de comenzar la interiorización también podemos hacer tres respiraciones grandes, amplias y profundas para soltar la musculatura implicada, centrarnos y darle la bienvenida a nuestro momento de calma.
A disfrutar!